Ayer trabajé una vez más en un famoso catering con vistas a suministrar comida y bebida a una suerte de afortunados desconocidos. Llevo haciéndolo muchos años; me pagué la carrera trabajando de camarera, oficio honrado y sacrificado donde los haya, y recurro a ello cada vez que la necesidad lo reclama. Aún así, hay una cosa a la que no me acostumbro y que es demasiado habitual, sobre todo en los caterings que ofrecen servicio de buffets: tirar la comida.
Como persona que vive en este mundo nuestro no soy ajena a los problemas que en él hay. Soy consciente de que el problema no es de escasez de comida, sino de injusticia en el reparto de la misma y de imposibilidad de acceso a la misma. Puede que muchos de estos despilfarros no sean percibidos por nosotros como evitables (las sobras…sobras son, aunque no hay migajas cuando hay carencias) pero la situación que yo vivo es de comida cocinada, precocinada o de materia prima que va directamente a la basura, pudiendo haber alternativas reales que ayudarían a miles de familias con necesidades también muy reales.
Y me negué a tirar la comida.
Ayer me negué a tirar la comida. Tenía ante mí varios cientos de euros en comida; muchos, muchos kilos y le dije a mi compañero que no iba a tirar la comida. Él me preguntó por qué, y yo le dije que era una cuestión de principios. Quizás la frase me quedó melodramática, pero mis palabras exactas fueron: mi religión me lo prohíbe.
Mi compañero se quedó algo impresionado, pero me dijo que encontraba perfecto que tuviera mis principios y que, de hecho, lo más importante en esta vida era tener principios y vivir conforme a ellos y que era una lástima que todos no decidieran hacer lo mismo que yo porque de esa manera igual se conseguía avanzar algo en ese sentido.
Esa noche, en general, vi muchas caras de descontento de cocineros, camareros, compañeros en general que miraban apenados las toneladas de comida que acababan en la basura sin que la empresa siquiera les dejase comer de ella o llevársela.
Después estuve pensando en la enormidad de mis palabras (estoy casi segura de que no hay explícitamente ningún apartado de la Biblia o del Catecismo, etc, que indique que es pecado tirar comida) pero me sentí bastante tranquila porque, a pesar de que si mi jefe se enteraba podía despedirme, sentí que estaba haciendo lo correcto. Jesús no pasó por la Tierra compartiendo absolutamente todo lo que tenía para que ahora nosotros no luchemos porque los comedores escolares, los caterings, supermercados y demás negocios tiren la comida que otros pueden necesitar. He oído que en Francia van a tomar medidas legales para prohibirlo y que hay peticiones en España circulando por internet…sería bonito tan solo que nuestra propia moral nos impidiera hacerlo y no tuviésemos que recurrir a leyes. Al fin y al cabo, no es que no podamos, es una cuestión de principios.
Síguenos en nuestras redes sociales